domingo, 20 de noviembre de 2011

Comfortably Numb

(Final)

Seguramente, alguna vez has sentido como la ansiedad recorre tu cuerpo desde las extremidades inferiores hasta tu coronilla. En ese momento sabes que la congoja no solo produjo una efímera desazón, sino que dejó estragos que permanecerán por mucho tiempo… Tal vez persistirán durante toda tu vida. Imágenes, sonidos, palabras, personas, lugares que asiduamente te recordarán todas aquellas experiencias y que ―sin consideración alguna― te harán revivirlas de una manera cada vez más desmesurada: cuando intentes desdeñarlas, te acongojarán con su constante vaivén y sus ataduras te asirán cada vez más fuerte. Solamente en el instante en que tengas la capacidad de asimilar las consecuencias de tus decisiones, de tus acciones y consigas superar tus temores, tus complejos, tus pesadumbres, podrás desgajar esas cadenas y comenzarás a vivir en libertad.
Claro, el contexto es tan favorable que solo falta un poco de determinación…

A partir de la pugna que tuvimos con los transgresores, mi única tarea fue la de realizar patrullajes de reconocimiento. Jamás hubiera conjeturado que lo que principiara en mi vida como una crisis socioeconómica más, se haya convertido en este irrevertible cataclismo.

En las últimas semanas hubo muchas bajas; sin embargo, se retrasó el arribo de los reemplazos, pues los cárteles lograron romper el cerco y cortar varias de nuestras vías de comunicación y transporte. Esto también originó el nulo abastecimiento de armas y municiones, las cuales poco a poco se fueron terminando. Aquello no fue un escollo para continuar con la conflagración: ahora más que nunca el país nos necesitaba.

Una noche de otoño, de esas en que la luna se ve más cercana y brilla con mayor intensidad, de esas que de niño nos causaban cierto temor, de esas tan apreciadas cuando se era adolescente y se pensaba en aquella persona, de esas que nos hacen hablar de esta manera tan empalagosa (como la mía), acaeció lo inevitable: durante nuestro patrullaje nocturno, hicimos contacto, nuevamente, con los delincuentes. No obstante, esta vez no trataron de eludirnos e irse, sino que nos embistieron y nos forzaron a replegarnos hasta la base. Nuestra patrulla no pudo hacer nada para detenerlos o retardar su movilización, pues solo éramos 10 hombres contra un vasto número de adversarios, los cuales rápidamente avanzaban hacia nuestro recinto. Los demás soldados y yo corríamos, como nunca lo habíamos hecho, para evitar que nos hirieran. Además, nuestro designio era apercibir a las autoridades de la base de que el enemigo se aproximaba hacia nosotros. Esto con el objetivo de organizar una estrategia defensiva.

En cuanto logramos observar las atalayas de nuestra instalación, comuniqué a los vigías ―a través de la radio― que estábamos siendo perseguidos por el enemigo. Los centinelas se aprestaron a confirmar la información. Ipso facto las alarmas de la base comenzaron a escucharse. Cuando por fin llegamos al fuerte, los demás elementos estaban prestos para defenderlo. Transcurrieron alrededor de 10 minutos antes de que los compañeros de la torre pudieran vislumbrar a aquellos criminales. De inmediato se iniciaron las hostilidades, pues ellos no dudaron en abrir fuego contra nosotros. Al grito de “Vamos a por esos ca…”, el general Gómez dejó de lado las formalidades. Cogí mi arma ―con mucha vacilación― y dirigí el punto de mira al primer hombre que pude enfocar. Experimenté fuertes pulsaciones en mi pecho y un constante temblequeo en mi cuerpo, pero al mismo tiempo sentía que mi cabeza no estaba vinculada con lo que acontecía en su realidad extrínseca. Entonces accioné el fúsil; había herido la pierna de aquel individuo. Continué disparando a cuanto extraño observaba. El miedo y la adrenalina recorrían mi ser. Cada vez que lesionaba a alguien, mi cuerpo se alijaba de toda esa frustración y cólera que había sobrellevado durante tanto tiempo.

Ellos eran muchos hombres, y nuestras tropas estaban menoscabadas. Además, traían consigo una mayor y mejor cantidad de armamento que el nuestro. Avanzaban casi sin ningún tipo de óbice, mientras que nosotros nos replegábamos más y más dentro de la base; sin embargo, llegamos al punto en cual no había hacia donde más recular. Los narcotraficantes ingresaron expeditamente a las instalaciones, pues no hallaron ningún tipo de resistencia. La mayoría de nosotros ―los pocos que aún subsistíamos― estábamos refugiados en el almacén de avituallamientos, ya que intentaríamos repeler su ofensiva, pues nuestras mandos superiores se habían escabullido del lugar.

Llegó la hora. Escuchamos fuertes detonaciones, puesto que habían arrojado explosivos dentro y fuera del inmueble. En seguida oí clamores, quejidos, gimoteos, sollozos...
Corrí rumbo a la bodega de la planta baja mientras tenía en mente el rostro de mis padres, de Ana María, de Pablo, de Luis y de todos mis amigos. Descendí apresuradamente y vi los cadáveres de todos mis camaradas. No llegué a tiempo para subvenirles. Finalmente, los asesinos entraron al almacén mientras yo, en un estado irracional y de vesania, descargué mis últimas balas sobre ellos. Pude ver que herí a un par, pero en ese momento alguien me disparó. Después de eso, todo se tornó negro. Recuerdo que volví a contemplar a muchas de las personas y acontecimientos que erigieron mi vida, mi realidad, mi mundo.

Hoy, cuando desperté, me di cuenta de que estaba recostado sobre una cama de hospital. Logré sobrevivir, pues me dijeron que justo cuando los narcotraficantes ocuparon el lugar, aparecieron nuestros refuerzos, los cuales expelieron a los enemigos del lugar y recuperaron el control de la base. En aquel sitio, solo seguíamos con vida una decena de soldados y yo, por lo que nos trajeron a este hospital militar. Hasta hace un momento me encontraba alborozado, pues además de que había salido con vida de aquel siniestro, volvería ver a todas aquellas personas tan importantes para mí. Pero todo se derruyó: me comunicaron, a través de un simple trozo de papel, que en cuanto me recuperara de mis heridas, sería nuevamente solicitado para cumplir con mi llamado al deber.

Ahora sé que jamás volveré a ver a las personas que quiero: este solo es el principio del fin...


domingo, 13 de noviembre de 2011

Ilhuicatl Tonatiuh


(Final)

Nueve días atrás, toda la división fue trasladada al estado de Chiapas. Ahora sí, ha comenzado nuestro viacrucis...

La semana pasada concluyó el adiestramiento militar básico; sin embargo, los mandos superiores, mediante una ceremonia, declararon que estábamos listos para comenzar a operar. Aunque el discurso del general Sánchez aparentó ser muy axiomático y convincente, dentro de cada uno de nosotros siempre existió una constante sensación de inseguridad. Mientras aquellos hombres exponían sus métodos e inventivas, nosotros ―unos simples supeditados sin la facultad de deliberar o elegir― sosteníamos una mirada perdida. En determinadas ocasiones, levantábamos y girábamos la cabeza en todas direcciones: parecía que intentábamos converger con alguna mirada, la cual nos ayudara a zanjar esta situación.

Después de toda esta convulsión emocional, la mayoría decidió retirarse del lugar, en medio de un profundo silencio. El comedor estuvo casi vacío, tanto a la hora de la comida como de la cena, ya que por la mañana partiríamos hacia el sur del país, lo cual originaba un sentimiento de desánimo y desmoralización en todos los elementos. Finalmente, por la mañana, partimos hacia nuestro destino.

Fue un éxodo de no más de cinco horas, el cual me hubiera gustado que se prolongara. Por la tarde, comparecimos en una improvisada base militar. Esta estaba dentro de lo que antes había sido una escuela. Había mucho más movimiento que en la instalación anterior, pues arribaban y partían vehículos a toda hora, los médicos y enfermeras iban de una habitación a otra, así como una incesante entrada y salida de mensajes o documentos.

Al igual que en la base anterior, el dormitorio está en malas condiciones. Ahora, las tareas a consumar ya no son las de limpiar los baños o preparar la comida, sino que debemos hacer guardias, patrullajes, operaciones especiales, etcétera. Definitivamente son actividades mucho más expuestas, pero ―al igual que los demás― si no deseo tener problemas o recibir correctivos, debo ejecutarlas tal y como se me indica.

Los primeros días fueron relativamente tranquilos, ya que solo se me asignó asegurar y avizorar el almacén de municiones, junto a otros soldados más. Aquellas noches de vigilia fueron muy sosegadas. No había mucha comunicación entre nosotros, pues debíamos estar concentrados en nuestra labor. Los días posteriores fueron mucho más intrincados. Se me comisionó merodear y salvaguardar la zona, junto a una de las patrullas; deberíamos de asegurar el perímetro, y hacer frente ―en dado caso― a cualquier tipo de amenaza. Durante mi primer día como miembro de la patrulla, la noche se tornó muy serena. Los únicos sonidos que percibíamos eran el soplar del viento y su refriega con el follaje de los árboles, nuestras respiraciones, nuestros pasos, nuestras voces. Solo veíamos plantas, insectos, roedores, serpientes, etcétera, pues la lobreguez no nos permitía ver más allá de nuestros pasos…

Ayer, el segundo día de patrullaje, creí que todo sería igual de plácido que la noche anterior. La primera hora de vigilancia, pudimos escuchar movimientos muy extraños, los cuales produjeron una gran inquietud en mí. Continuamos caminando, y en ese instante ocurrió lo que tanto había temido… Hicimos contacto con un grupo de delincuentes, miembros del narcotráfico. Al escuchar el encendido de los automotores, las voces y los pasos de estos, corrimos a averiguar lo que estaba pasando. Uno de los soldados se adelantó del grupo y consiguió ver a alrededor de 15 hombres que (con mucha celeridad) abordaban un vehículo. Avanzamos detrás de nuestro camarada; pudimos ver que intentaba detener a aquellos criminales, pero en seguida escuchamos un estrépito. Aquellos hombres habían herido al sargento Martínez. Al ver esta escena, mis otros compañeros se apresuraron a acometer al enemigo, mientras que yo corrí a socorrer a mi superior. Lamentablemente, los agresores consiguieron huir, pero afortunadamente el sargento logró sobrevivir.  

No sé qué pensar, qué sentir, qué decir. Las imágenes de lo acaecido ayer son lo único que tengo en mi mente. No estoy seguro de que exponer mi vida en una beligerancia casi perdida, sea lo más inteligente…

domingo, 6 de noviembre de 2011

Sie


(Final)

Dos semanas, solo ese tiempo he residido en esta instalación militar. Estoy alojado en un dormitorio frío y húmedo, con paredes que parecen expresar todo lo que frente a ellas ha ocurrido. Se ven grises, desgastadas y cada vez más delgadas. Duermo en una doble litera, debajo de la cama del cabo Saavedra, la cual cruje mucho y se encuentra en un estado deplorable. Debemos levantarnos a las 5 en punto, ya que únicamente podemos emplear quince minutos para asearnos y desayunar. La comida es muy mala, pero ―al igual que lustrar el calzado, portar correctamente el uniforme y cumplir con las tareas― es obligatorio comerla para evitar el debilitamiento de las unidades.

La primera semana fue muy complicada, debido a que adaptarme a este lugar ha sido muy difícil. Aún no lo consigo, y sé que tardaré en hacerlo, pero intento cumplir con todas mis labores asignadas, respetar los horarios y no objetar ninguna de las órdenes superiores. Mi comportamiento no es más que la forma de expresar mi temor a ser reprendido o arrestado. De nuevo me encuentro en una situación de confusión, pues no sé si esté haciendo lo correcto o deba sublevarme ante el abuso en que nos encontramos.

Cuando transcurría la segunda semana de mi estancia en la base, tuve la fortuna ―o desventura― de coincidir con dos de mis viejos amigos. El martes, durante las tareas de limpieza, pude ver a Pablo, de quien no sabía nada desde hace varios meses. Me aproximé a él por detrás, le tomé el hombro y le dirigí un excitado saludo; él se volvió rápidamente (con mucha difidencia), pero, al observar que era yo quien le hablaba, su gesto cambió de forma radical: seguramente sintió el mismo alivio que yo, de saber que ya no estaríamos solos. Había finalizado mi trabajo, pero él aún no. Decidí tomar la herramienta y ayudarlo a terminar lo que restaba mientras hablábamos de todo lo sucedido durante los últimos meses. Pablo me dijo que había vivido una situación similar a la mía y, además, que no ha sabido nada de su hermano después de la crisis económica que hubo en el país. Cuando terminamos de contar todo lo acontecido en aquel lapso, vino a mi mente alguien muy importante, y que ―con todo esto― había olvidado. Le pregunté si sabía algo sobre Ana María, si había escuchado algo acerca de ella o cuándo fue la última vez que la vio; no obstante, él me respondió negativamente, pues hace varios meses que no convergían. Aquel día, estuve pensando todo el tiempo en ella...

Dos días después, durante un viaje al primer regimiento, coincidí con Luis. Él es un amigo de la infancia y hasta hace poco mi compañero de trabajo, ya que trabajamos juntos en una empresa de software, días antes de la hecatombe. Al verme, me brindó un fraternal abrazo y me preguntó por mis padres. Le platiqué todo lo pasado, así como él me habló sobre la adversidad que vivió junto a su familia. Al tiempo que charlábamos, interrumpió su relato, ya que recordó que debía decirme algo muy importante. Aquella urgencia era una plática que tuvo con Ana María. Mencionó que ella le habló acerca de un viaje que haría con su familia al sur del país, para después intentar salir; le expresó la tristeza que sentía por no poder arreglar las diferencias que había tenido conmigo, y su deseo por volver a verme.

Toda la semana he estado pensando en aquellas palabras. Siempre me mostré frío, inexpresivo, hermético, casi inescrutable y en muchas ocasiones indiferente con ella. Ahora entiendo lo torpe que fui, pero espero tener la oportunidad de subsanar mi error. Asimismo, pienso asiduamente en lo que deben estar viviendo mis padres, mis demás amigos, mis compañeros. Aunque la presencia de mis camaradas me ha inyectado una dosis de seguridad, todavía permanece en mí una sensación de ansiedad e incertidumbre.

Solamente espero que todos se encuentren bien…

domingo, 30 de octubre de 2011

Punto de fuga

(Final)

Unas horas atrás, me despedí de mis padres y partí hacia mi encuentro con el destino.

Una noche antes, pude escuchar sollozar a mi madre, pues se encontraba muy preocupada. Mi padre intentaba tranquilizarla, hacerla entrar en razón, y además le recalcaba que debían de ser el doble de fuertes ante este contexto tan nebuloso. Mientras tanto, yo intentaba contener mis sentimientos o enterrarlos en lo más profundo de mi ser… Como durante muchos años lo había hecho.

Amaneció, la hora H había llegado. Las autoridades de la Secretaría de Defensa arribaron a nuestra comunidad a las 6 en punto. Rápidamente llevaron a cabo una breve ceremonia y solicitaron que pasáramos a llenar unos formularios de registro; nuevamente reiteraron que quien no cumpliera con su deber nacional, sería gravemente sancionado. El trámite tardó alrededor de 1 hora.

Finalmente nos ordenaron abordar los autobuses, pero la mayoría prorrogamos al hacerlo: deseábamos despedirnos de nuestras familias, a las cuales tal vez nunca volveríamos a ver. Me aproximé a mis padres, quienes apenas podían hablar, los estreché y les dije que pronto estaría de regreso. Papá me respondió (con una voz entrecortada), “Sé fuerte, y así tu madre y yo también lo seremos”. Jamás olvidaré aquellas palabras.
Me volví y me aparté de ellos, sin mirar hacia  atrás. Después, me incorporé a la fila para subir al transporte e irme de lugar.

El autobús comenzó a moverse, tal y como todo mi interior lo hizo. Me estremecí de pies a cabeza. Solo tenía en mente a mi familia, a mis amigos, a ella, a mis compañeros, etcétera. Un escalofrío recorría mis manos, mis piernas, mi espalda. Miraba a mi alrededor, buscando contactar con alguna mirada de fe o esperanza pero todos parecíamos experimentar las mismas sensaciones.

“Jóvenes, nos dirigimos a la base militar número 67. Esta se ubica en la costa del Golfo de México, en el estado de Veracruz. Al llegar ahí, deberán de integrarse inmediatamente a sus actividades y esperar órdenes”, dijo el teniente. No era un viaje tan largo, pero el autobús tuvo que parar un  par de veces, debido a las inspecciones de seguridad.

Hace poco, llegamos a la base. Los superiores dijeron que no estábamos en condiciones de ejercer y lo mejor sería que empezáramos mañana, pues ahora solo entorpeceríamos las acciones. El sargento Álvarez una persona fría y de rostro duro nos proporcionó uniformes y calzado. También, nos indicó el camino hacia nuestros dormitorios y mencionó los diferentes horarios para desayunar, formar, asear, comer, dormir, instruir.

Ahora, puedo escuchar mucho movimiento allá afuera. El arribo de camiones, helicópteros y demás; sin embargo, el ambiente se torna cada vez más sereno. Será imposible dormir esta noche, ya que la opresión que siento en mi pecho y la ola de pensamientos yuxtapuestos me impiden conciliar el sueño.

Intentaré prolongar la noche, como símbolo del fin de mi anterior vida. Hoy principia otra. 



 

domingo, 23 de octubre de 2011

El rocío

(Final)
Esta mañana, me levanté con una corazonada. No uso la palabra despertar, ya que resultó imposible poder soñar, es decir, dormir.  

Ayer, por la noche, mis padres y yo conversábamos acerca de la lastimosa situación. Confluimos ―después de discrepar y especular en varias ocasiones― que era necesario una explicación o aclaración por parte de las autoridades sobre lo suscitado durante el último mes. ¿Qué ha pasado respecto a su enfrentamiento en contra del crimen organizado? ¿Cuánto tiempo más durará esto?, nos preguntábamos. Al tiempo de cuestionarnos lo anterior, pude notar un gran enfado en la forma de expresión de mi padre, mientras que mi madre transmitía un enorme sentimiento de desasosiego.  Por mi parte, me invadía una sensación de reproche al momento de hablar, pues pensaba, y lo sigo haciendo, que todo esto era producto de nuestra ingenuidad como pueblo.

Ahora, creo que ha quedado bastante justificada mi presente inquietud. Aquel presentimiento se convirtió en un terrible hecho… ¿Qué es lo peor que puede suceder después de una pesadilla? Solamente, que esta se haga realidad.

Durante el día, se anunció que el Estado había tomado medidas mucho más radicales. Debido a la escasez de elementos para la defensa del país, surge la necesidad de reclutar jóvenes (estrictamente de nacionalidad mexicana) para reforzar a las diversas instituciones policiacas y militares. La única forma de eludir dicha ley, es tener una ocupación educativa o estatal; sin embargo, el porcentaje de personas que cumplen estos requisitos es muy bajo, puesto que constituyen a las clases altas de la población; por lo tanto, resulto un individuo elegible para efectuar el que ahora es mi deber, ya que tuve que abandonar la universidad. Esta legislación solo aplica para hombres entre 18 y 35 años, por cual mi padre no está obligado a cumplirla y se mantendrá en el gueto. En el transcurso de los días, autoridades militares vendrán a por nosotros para trasladarnos a los campamentos que nos sean asignados y ponernos al servicio de la patria.

Mi familia está afligida y con miedo; creen que nunca más volverán a verme; piensan que no podré sobrevivir a esta situación, y que únicamente nos usarán como carne de cañón para seguir justificando su guerra. Mientras tanto, yo me encuentro en un constante estado de ansiedad, de incertidumbre y de enojo. A pesar de todo esto, trato de recordar las palabras que mi abuelo solía compartir cuando se encontraba en algún escenario similar a este, pues él decía que “Para los hombres de coraje se han hecho las empresas”. Él parafraseaba aquellas palabras del célebre libertador José de San Martín y yo siempre trataba de tenerlas presentes, por lo que ahora, con todo esto, retumban con mucha más fuerza en mi mente. 

Mañana intentaré, una vez más, ser fuerte...

domingo, 16 de octubre de 2011

Cogito ergo sum


(Final)


No recuerdo la última vez que reí, me divertí o disfruté algo. Ahora, la vida es lúgubre y sombría; ha pasado de ser mía a pertenecer a otros, ya que no tengo la facultad de tomar decisiones de ningún tipo. Solo me quedan mis pensamientos, mis ideas.

Una semana atrás, fuimos traídos a Nuevo Laredo, Tamaulipas. Un viaje largo, el cual pensé sería una puerta de salida a la difícil situación que representaba permanecer en la Ciudad de México. Cuando por fin arribamos y sin esperar más, el personal encargado decidió trasladarnos a una especie de poblado. Un lugar señero pero amplio, pues este se convertiría en el nuevo hogar de cientos de familias. Aquella noche —dijeron las personas de seguridad—, era viable ir a establecernos en el lugar que se nos asignaría para vivir y no comenzar aún a trabajar.

Todas las familias fuimos formadas en una larga fila, y unos hombres eran los responsables de asignarnos alguna vivienda. La zona, dentro de la cual éramos situados, representaba la actividad que desempeñaríamos; a servicio de quien o quienes nos poníamos, así como el lugar en donde trabajaríamos.

Mi familia fue fijada a laborar en una fábrica de plástico, al igual que yo. El encargado es un señor de alrededor de 50 años, el cual ha sido muy poco indulgente pero muy exigente. Trabajar ahí es muy pesado, casi titánico. En punto de las cinco de la mañana, suena una estruendosa alarma que causa sobresalto en todos. Aquella es el aviso de alistamiento e incorporación a nuestras ocupaciones. Durante el día, únicamente contamos con cinco minutos para comer; podemos ausentarnos para ir al baño solo una vez, y no se nos permite hablar a menos que nos lo solicite algún superior. A partir de las 20 horas se nos permite salir e irnos, y eso si todavía se tiene pujanza para caminar hasta la villa en donde vivimos. Sí, tal y como lo imaginaban, no recibimos salario alguno: arguyen que nos brindan casa y comida, pero a cambio somos explotados.

Ayer, una mujer tuvo el revés de quedarse dormida mientras estaba en el baño. Los encargados de la fábrica, quienes estaban furiosos, la sacaron a empellones del lugar. Ninguno sabe qué pasó o pasará con ella, pero no quisiéramos estar en su lugar.

Me siento muy cansado, hastiado y frustrado; sin embargo, carezco de alternativas o estas no existen. La resignación es mi recurso, y mientras más rápido acepte los hechos, más fácil será vivirlos.

domingo, 9 de octubre de 2011

Aguas turbias

 
(Final)

No sé cómo pero he llegado hasta aquí. Han pasado escasas dos semanas desde que aquellas leyes federales entraron en vigor, y aunque las cosas han cambiado mucho, jamás vislumbré un contexto tan negativo.



La semana pasada, mientras me dirigía hacia mi nuevo empleo, tuve el infortunio de ver cómo un par de agentes judiciales desmantelaban un local comercial. Esta escena de abuso produjo un estado de malestar en mí y en las demás personas que observaron todo lo sucedido. Después del hecho continué mi rumbo. Durante mi espacio laboral intentaba concentrarme en lo que estaba haciendo, pero estos pensamientos eran demasiado obstinados.


Aquel día, por la noche, regresé a casa. Mis padres me recibieron con gusto pero a la vez con una mala noticia… Una más. Se había aprobado una nueva ley de carácter económico y comercial, la cual prohibía llevar a cabo cualquier actividad de tipo mercantil o de intercambio si no se cumplía con una serie de requisitos establecidos. Esta nueva medida dejaría fuera de competencia a aquellos pequeños empresarios que no cuentan con una marca registrada; no producen cierta cantidad de bienes o servicios o no son productores; no alcanzan determinada cantidad de medios de producción, así como cierto número de sucursales o puntos de distribución. Las anteriores, normas esenciales para adquirir el permiso para la actividad comercial. Por otro lado, las grandes empresas comenzaron a recortar personal a diestra y siniestra. Sustituyeron estos puestos con gente traída del extranjero, principalmente de Asía, debido al bajo costo de su mano de obra; el alto índice de su producción, así como sus escasas demandas laborales y fácil adaptación.


Ahora, todo va tomando forma poco a poco. A inicios de esta semana, habían sido clausurados alrededor del 40% de estas empresas y, por supuesto, conforme avance el tiempo las demás correrán con la misma suerte.

Mi padre, mi madre y yo llevamos días intentando conseguir trabajo pero nos resulta casi imposible: son escasos quienes han obtenido algún puesto. Mientras tanto, los demás somos rechazados o a veces ni siquiera recibidos. Inclusive, ayer intenté solicitar empleo en una enorme empresa extranjera de tabaco; sin embargo, fui echado a golpes por los elementos de seguridad del lugar, los cuales -antes de sacarme de manera hosca- me insultaron. Además, mencionaron que en su empresa no aceptaban gente de nacionalidad mexicana. Nuevamente, me he quedado con las manos atadas y vacías.

El desempleo en México se ha disparado, ya que la PEA disminuyó un 45%. He podido observar filas interminables en todos los sitios en donde he tratado de obtener algún tipo de ocupación. Solamente he podido vivir la realidad de la Ciudad de México; no sé qué esté ocurriendo en las demás zonas del país pero no creo que sea muy diferente. En fin, esta situación ya es incontrolable, insostenible e insoportable.

Finalmente, fue ayer por la noche cuando el presidente Calderón hablo acerca de su solución a la problemática de inactividad económica. Su propuesta consistía en trasladar a la población a lugares determinados de producción, de acuerdo a las necesidades de los particulares. Hoy comenzó a ejecutarse aquella legislación en mi ciudad, y han empezado a trasladar a las familias hacia diferentes sitios, incluida la mía. Lo único que sabemos es que nos dirigimos hacia el norte del país vía autobús para ponernos al servicio de las empresas que nos contraten.

Pronto estaré allá, y sabré lo que en realidad ocurre. Ahora resulta difícil predecir, ciertamente, qué buscan los poderosos con esto; qué es lo que en verdad quieren o no de nosotros y qué tipo de nos cosas nos aguardan.


domingo, 2 de octubre de 2011

La encrucijada


(Final)
  
 
El tiempo, aquel recurso limitado del hombre y al mismo tiempo el más valioso, es quien se ha encargado de hacernos ver nuestro destino.


México se encuentra en una crisis multifacética. El Gobierno se ha visto en la necesidad de desviar muchos recursos y presupuesto a su conflagración contra el narcotráfico. Un enfrentamiento cuyo desenlace se ve cada vez más lejos.


El presidente, con ayuda de la mayoritaria presencia legislativa que representa a su partido, redujo el Congreso a un 70% e hizo desaparecer secretarías para ahorrar gastos públicos destinados a la seguridad. Aunado a lo anterior, este nuevo y reducido Congreso ha aprobado una serie de medidas para aumentar la recaudación fiscal y disminuir el gasto público.

Las primeras medidas fueron de tipo presupuestario y hacendario. Destacan el incremento descomunal sobre los combustibles y servicios; la supresión del subsidio de seguridad social a excepción de los órganos de seguridad y defensa; el establecimiento de cuotas mensuales en las escuelas de educación básica, así como la privatización de la educación media superior y superior. No obstante, redujeron tanto los impuestos empresariales como los de importación. Estas legislaciones han beneficiado a los grandes corporativos o empresas, quienes siguen conservando y aumentando sus privilegios. Mientras tanto, las clases media y baja mantienen los gastos del país, además de ver exageradamente multiplicadas sus aportaciones tributarias mas no así sus sueldos.


Mi padre dice que esto pasará pronto. Mantiene la fe en que estos cambios proporcionen los recursos necesarios al Estado y las cosas se estabilicen. Yo no tengo mucha esperanza, no veo un horizonte prometedor. Tal vez, mi suspicacia sea producto de lo perjudicial que han sido estas leyes. Yo me vi en la necesidad de abandonar la universidad, ya que no contamos con el dinero suficiente para pagarla. Asimismo, asumí la responsabilidad de trabajar para ayudar con los gastos familiares. También, a causa de la ausencia de seguro médico, tengo casi prohibido enfermar. Por otro lado, mi familia tuvo que vender algunos bienes para poder solventar nuestros gastos; suspender algunos servicios, así como cerrar y vender el negocio que nos sustentaba debido a los altos impuestos que este requería. Parece ser que el Estado no quiere afectar los intereses particulares de las grandes industrias extranjeras y nacionales.

David, un viejo y escéptico amigo de la preparatoria, me platicó que escuchó a algunas personas decir que el Gobierno intenta reducir considerablemente las clases medias y bajas, utilizando como evasiva su ofensiva en contra del crimen organizado. No lo sé, quizás solo estemos tergiversando las cosas pero es que esta situación es muy confusa y frustrante. Aun así, a pesar de la terrible situación que atravesamos como país, logro percibir un ambiente de optimismo en la gente que a veces me contagia, el cual no nos permite ver lo que está ocurriendo. A su vez, el sentimiento nacionalista, intrínseco del pueblo mexicano, nos está cegando ante un escenario que antes creíamos sólo era hipotético pero que se ha convertido en una gris realidad.

No tengo la suficiente certeza de que estas
medidas discriminatorias puedan corregir los problemas del país. Lo único que sí sé, es que han truncado varias de mis metas a corto, mediano y largo plazo.