domingo, 23 de octubre de 2011

El rocío

(Final)
Esta mañana, me levanté con una corazonada. No uso la palabra despertar, ya que resultó imposible poder soñar, es decir, dormir.  

Ayer, por la noche, mis padres y yo conversábamos acerca de la lastimosa situación. Confluimos ―después de discrepar y especular en varias ocasiones― que era necesario una explicación o aclaración por parte de las autoridades sobre lo suscitado durante el último mes. ¿Qué ha pasado respecto a su enfrentamiento en contra del crimen organizado? ¿Cuánto tiempo más durará esto?, nos preguntábamos. Al tiempo de cuestionarnos lo anterior, pude notar un gran enfado en la forma de expresión de mi padre, mientras que mi madre transmitía un enorme sentimiento de desasosiego.  Por mi parte, me invadía una sensación de reproche al momento de hablar, pues pensaba, y lo sigo haciendo, que todo esto era producto de nuestra ingenuidad como pueblo.

Ahora, creo que ha quedado bastante justificada mi presente inquietud. Aquel presentimiento se convirtió en un terrible hecho… ¿Qué es lo peor que puede suceder después de una pesadilla? Solamente, que esta se haga realidad.

Durante el día, se anunció que el Estado había tomado medidas mucho más radicales. Debido a la escasez de elementos para la defensa del país, surge la necesidad de reclutar jóvenes (estrictamente de nacionalidad mexicana) para reforzar a las diversas instituciones policiacas y militares. La única forma de eludir dicha ley, es tener una ocupación educativa o estatal; sin embargo, el porcentaje de personas que cumplen estos requisitos es muy bajo, puesto que constituyen a las clases altas de la población; por lo tanto, resulto un individuo elegible para efectuar el que ahora es mi deber, ya que tuve que abandonar la universidad. Esta legislación solo aplica para hombres entre 18 y 35 años, por cual mi padre no está obligado a cumplirla y se mantendrá en el gueto. En el transcurso de los días, autoridades militares vendrán a por nosotros para trasladarnos a los campamentos que nos sean asignados y ponernos al servicio de la patria.

Mi familia está afligida y con miedo; creen que nunca más volverán a verme; piensan que no podré sobrevivir a esta situación, y que únicamente nos usarán como carne de cañón para seguir justificando su guerra. Mientras tanto, yo me encuentro en un constante estado de ansiedad, de incertidumbre y de enojo. A pesar de todo esto, trato de recordar las palabras que mi abuelo solía compartir cuando se encontraba en algún escenario similar a este, pues él decía que “Para los hombres de coraje se han hecho las empresas”. Él parafraseaba aquellas palabras del célebre libertador José de San Martín y yo siempre trataba de tenerlas presentes, por lo que ahora, con todo esto, retumban con mucha más fuerza en mi mente. 

Mañana intentaré, una vez más, ser fuerte...

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