Unas horas atrás, me despedí de mis padres y partí hacia mi encuentro con el destino.
Una noche antes, pude escuchar sollozar a mi madre, pues se encontraba muy preocupada. Mi padre intentaba tranquilizarla, hacerla entrar en razón, y además le recalcaba que debían de ser el doble de fuertes ante este contexto tan nebuloso. Mientras tanto, yo intentaba contener mis sentimientos o enterrarlos en lo más profundo de mi ser… Como durante muchos años lo había hecho.
Amaneció, la hora H había llegado. Las autoridades de la Secretaría de Defensa arribaron a nuestra comunidad a las 6 en punto. Rápidamente llevaron a cabo una breve ceremonia y solicitaron que pasáramos a llenar unos formularios de registro; nuevamente reiteraron que quien no cumpliera con su deber nacional, sería gravemente sancionado. El trámite tardó alrededor de 1 hora.
Finalmente nos ordenaron abordar los autobuses, pero la mayoría prorrogamos al hacerlo: deseábamos despedirnos de nuestras familias, a las cuales tal vez nunca volveríamos a ver. Me aproximé a mis padres, quienes apenas podían hablar, los estreché y les dije que pronto estaría de regreso. Papá me respondió (con una voz entrecortada), “Sé fuerte, y así tu madre y yo también lo seremos”. Jamás olvidaré aquellas palabras.
Me volví y me aparté de ellos, sin mirar hacia atrás. Después, me incorporé a la fila para subir al transporte e irme de lugar.
El autobús comenzó a moverse, tal y como todo mi interior lo hizo. Me estremecí de pies a cabeza. Solo tenía en mente a mi familia, a mis amigos, a ella, a mis compañeros, etcétera. Un escalofrío recorría mis manos, mis piernas, mi espalda. Miraba a mi alrededor, buscando contactar con alguna mirada de fe o esperanza pero todos parecíamos experimentar las mismas sensaciones.
“Jóvenes, nos dirigimos a la base militar número 67. Esta se ubica en la costa del Golfo de México, en el estado de Veracruz. Al llegar ahí, deberán de integrarse inmediatamente a sus actividades y esperar órdenes”, dijo el teniente. No era un viaje tan largo, pero el autobús tuvo que parar un par de veces, debido a las inspecciones de seguridad.
Hace poco, llegamos a la base. Los superiores dijeron que no estábamos en condiciones de ejercer y lo mejor sería que empezáramos mañana, pues ahora solo entorpeceríamos las acciones. El sargento Álvarez ―una persona fría y de rostro duro― nos proporcionó uniformes y calzado. También, nos indicó el camino hacia nuestros dormitorios y mencionó los diferentes horarios para desayunar, formar, asear, comer, dormir, instruir.
Ahora, puedo escuchar mucho movimiento allá afuera. El arribo de camiones, helicópteros y demás; sin embargo, el ambiente se torna cada vez más sereno. Será imposible dormir esta noche, ya que la opresión que siento en mi pecho y la ola de pensamientos yuxtapuestos me impiden conciliar el sueño.
Intentaré prolongar la noche, como símbolo del fin de mi anterior vida. Hoy principia otra.
Muy bien escrita, en general, pero cuidado con las comas que está poniendo antes de las y de las oraciones seriadas.
ResponderEliminar¡Muy bien! Tu entrada interesante y buena redacción
ResponderEliminarBuena entrada.
ResponderEliminarGracias por tus comentarios en mi blog.