domingo, 6 de noviembre de 2011

Sie


(Final)

Dos semanas, solo ese tiempo he residido en esta instalación militar. Estoy alojado en un dormitorio frío y húmedo, con paredes que parecen expresar todo lo que frente a ellas ha ocurrido. Se ven grises, desgastadas y cada vez más delgadas. Duermo en una doble litera, debajo de la cama del cabo Saavedra, la cual cruje mucho y se encuentra en un estado deplorable. Debemos levantarnos a las 5 en punto, ya que únicamente podemos emplear quince minutos para asearnos y desayunar. La comida es muy mala, pero ―al igual que lustrar el calzado, portar correctamente el uniforme y cumplir con las tareas― es obligatorio comerla para evitar el debilitamiento de las unidades.

La primera semana fue muy complicada, debido a que adaptarme a este lugar ha sido muy difícil. Aún no lo consigo, y sé que tardaré en hacerlo, pero intento cumplir con todas mis labores asignadas, respetar los horarios y no objetar ninguna de las órdenes superiores. Mi comportamiento no es más que la forma de expresar mi temor a ser reprendido o arrestado. De nuevo me encuentro en una situación de confusión, pues no sé si esté haciendo lo correcto o deba sublevarme ante el abuso en que nos encontramos.

Cuando transcurría la segunda semana de mi estancia en la base, tuve la fortuna ―o desventura― de coincidir con dos de mis viejos amigos. El martes, durante las tareas de limpieza, pude ver a Pablo, de quien no sabía nada desde hace varios meses. Me aproximé a él por detrás, le tomé el hombro y le dirigí un excitado saludo; él se volvió rápidamente (con mucha difidencia), pero, al observar que era yo quien le hablaba, su gesto cambió de forma radical: seguramente sintió el mismo alivio que yo, de saber que ya no estaríamos solos. Había finalizado mi trabajo, pero él aún no. Decidí tomar la herramienta y ayudarlo a terminar lo que restaba mientras hablábamos de todo lo sucedido durante los últimos meses. Pablo me dijo que había vivido una situación similar a la mía y, además, que no ha sabido nada de su hermano después de la crisis económica que hubo en el país. Cuando terminamos de contar todo lo acontecido en aquel lapso, vino a mi mente alguien muy importante, y que ―con todo esto― había olvidado. Le pregunté si sabía algo sobre Ana María, si había escuchado algo acerca de ella o cuándo fue la última vez que la vio; no obstante, él me respondió negativamente, pues hace varios meses que no convergían. Aquel día, estuve pensando todo el tiempo en ella...

Dos días después, durante un viaje al primer regimiento, coincidí con Luis. Él es un amigo de la infancia y hasta hace poco mi compañero de trabajo, ya que trabajamos juntos en una empresa de software, días antes de la hecatombe. Al verme, me brindó un fraternal abrazo y me preguntó por mis padres. Le platiqué todo lo pasado, así como él me habló sobre la adversidad que vivió junto a su familia. Al tiempo que charlábamos, interrumpió su relato, ya que recordó que debía decirme algo muy importante. Aquella urgencia era una plática que tuvo con Ana María. Mencionó que ella le habló acerca de un viaje que haría con su familia al sur del país, para después intentar salir; le expresó la tristeza que sentía por no poder arreglar las diferencias que había tenido conmigo, y su deseo por volver a verme.

Toda la semana he estado pensando en aquellas palabras. Siempre me mostré frío, inexpresivo, hermético, casi inescrutable y en muchas ocasiones indiferente con ella. Ahora entiendo lo torpe que fui, pero espero tener la oportunidad de subsanar mi error. Asimismo, pienso asiduamente en lo que deben estar viviendo mis padres, mis demás amigos, mis compañeros. Aunque la presencia de mis camaradas me ha inyectado una dosis de seguridad, todavía permanece en mí una sensación de ansiedad e incertidumbre.

Solamente espero que todos se encuentren bien…

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